Recados e Imagens - Fadas - Orkut
................................¡Oh mi amado Dios,

............................soy como una mariposa,

.....................pero tengo pegamento en las alas!

.................................¡Dios, ayúdame!

....................................¡Deseo volar!

............................¡Enséñame a moverlas!

....................................¡Que así sea!

...................................¡POR LA VIDA!



........................... ..¡Y en verdad así es!

...........................¡No puedes hacer nada

......................porque estás pegado al suelo!


.........................¿Estás listo para aprender?

martes, 26 de agosto de 2008

La historia del viejo maestro de Ramtha


¿Cuántos acordáis de la historia que os conté de mi viejo maestro, el de las cejas pobladas? ¿Te acuerdas de él?

Cuando pienso en mi vida, mi viejo maestro de cejas pobladas, fue quizás la primera entidad que me instruyó sobre el amor. Y lo digo porque cuando yo era joven —un joven sociable y poderoso con una opinión, una idea y un odio— tenía la facultad especial de ser una entidad intrépida. Y debido a mi falta de temor, nunca llegué a manifestar una situación que fuera tan horrible como para hacerme temer mi propio sueño.

Pero cuando sitié un bello poblado —bellísimo— éste era lo que se llamaba un lugar muy culto; un lugar alejado de la ciudad. Era como una provincia donde las entidades respetadas de esa época vivían en casas blancas, preciosas, esculpidas principalmente en mármol vivo. Estaban situadas sobre pequeñas colinas y tenían bellos jardines privados. Y en todos ellos el panorama era asombroso, especialmente si uno podía verlo en el ámbito del cielo cambiante de esa época, y cómo el color blanco del mármol reflejaba todos los colores del sol maravilloso. Si pudieras ver este lugar desde lejos, parecería una burbuja de jabón. ¿Has visto el arco iris en una burbuja de jabón y cómo se empieza a mover por todos lados?

De la misma manera, las casas de esta provincia reflejaban la luz cambiante del cielo. Y si pasabas por ahí, podías oír flautas, liras, y el murmullo de un lenguaje poético. A veces podías captar una que otra palabra. Y podías oír risas. Y podías oler la fragancia del hibisco y del jazmín, especialmente de noche. Podías ver el movimiento de una brisa suave a través de árboles que ya no existen, de color escarlata, blanco, azul y plateado, dorado, ceniza y ámbar. Uno realmente podía decir que éste era el lugar ideal para vivir. La tierra era agradable, los trabajadores eran amables, y los campos producían una cosecha abundante. Era como si la vida en este lugar en particular hubiera alcanzado un nivel excepcional de paz, tranquilidad y, sin duda, de belleza artística.

Sobre este lugar, después de Onai, yo hice marchar una horda de bárbaros. Destruimos y arrasamos el lugar por completo. Lo quemamos todo. Desde mi punto de vista, estas personas, aunque eran intérpretes y mediadores de cultura, representaban tiranos silenciosos; es decir, tiranos respetados, ya que habían alcanzado un nivel social en el cual ellos representaban lo más elevado de la cultura. Y después de haber acabado con la belleza del lugar, me sentí satisfecho en el alma por haber destruido sus sueños, los cuales percibí que habían realizado a costa de mi pobre gente, desgraciada y sin alma.

Había una casa en particular que era muy bonita. Aunque no era exactamente grande, era hermosa porque estaba situada sola en una colina. Tenía huertos enormes y olivos francamente exquisitos. Aunque las fuentes no tenían mucha ornamentación, eran simples y bonitas, y el agua hablaba y bailaba. Todos parecían trabajar con mucha tranquilidad en este bello lugar. Y por un momento, me detuve, pero sólo por un momento. Y seguí adelante y lo destruimos.

Sentí una satisfacción grande y profunda, excepto en cuanto a este último lugar. Esto se debía a que, aunque se encontraba en la misma región, parecía diferente de los otros lugares. Supuestamente, le habíamos dado la libertad a toda esa gente, la cual, como me llegué a enterar más tarde, no había querido ser liberada después de todo. ¿Cómo le dices a la gente: «He quemado tus huertos y he saqueado tu ganado. He destrozado tus casas y he liberado a la gente que trabajaba para ti, y ahora eres libre»?

La lección que hay que entender es que no todo el mundo está de acuerdo con todo lo que tú quieres.

Pero se nos habían unido muchas personas en este lugar en particular, y no eran tan bárbaras como las que se aglomeraban en las afueras de Onai. No eran tan temerarias y no actuaban de manera tan bestial. No estaban tan necesitadas. Pero vinieron con nosotros.

Y justo antes de estar listos para seguir adelante —te puedes imaginar el humo, las ovejas balando, las vacas mugiendo, los perros ladrando, la gente gritando y llorando, y yo creía que había hecho algo maravilloso— se acercó un hombre de aspecto muy aristocrático. Era mucho más bajo que yo, pero caminaba con un aire de dignidad y nobleza. Traía consigo un carro en el cual tenía varias jarras de barro, sencillas y con simples adornos. Se me acercó y se dirigió a mí usando mi nuevo nombre: el Terrible Ram. «Yo soy el Terrible Ram.»

Me miró de arriba abajo con sus bellos ojos de color azul hielo, que emanaban una luz danzante por debajo de unas cejas pobladas. Me dijo: «Ya que has allanado nuestra comunidad de manera tan juiciosa, he decidido que en vez de luchar contigo, me gustaría unirme a ti. Me necesitas».

«¿Me necesitas?» ¿Les has dicho eso a tus hijos alguna vez y observado su respuesta? Era repulsivo. Yo no quería que me dijera de esa manera aristocrática que yo lo necesitaba, ya que con un solo golpe de mi espada podía cortarlo en muchos trozos pequeños para los chacales.

Él lo admitió de buena gana y hasta alardeó de lo hábil que era yo con un arma tan grande. Dijo: «Me necesitas. He traído conmigo los vinos más finos, los cuales he estado saboreando durante mucho tiempo. Si quieres abrir las puertas de ese gabinete y mirar su interior, te darás cuenta de que aunque se ve tosco por fuera, dentro contiene un fino cofre hecho de madera de limonero, con incrustaciones de nácar, muy decorado. De todos mis bienes, es el más preciado. Y si me lo pides, te daré la llave que abre el gozne. Dentro encontrarás muchos manuscritos, tablillas, y libros. Te preguntarás, ¿por qué un cofre tan ornamentado contiene tanta basura? Porque todo lo que tengo en este cofre es la acumulación de mi conocimiento. Soy experto en matemáticas y geometría. Hablo varios idiomas. Puedo interpretar textos. Te puedo enseñar el arte de la diplomacia. Te instruiré sobre las figuras geométricas. Te instruiré sobre las estrellas que ahora se pueden ver en el cielo. Te puedo instruir sobre tus ancestros. Tengo mucho que ofrecerte. Aquí está la llave».

«No sé leer.»

«¡Tanto más me necesitas!»

Así que no acepté su llave pues, ¿qué vería yo? ¿Qué iba a entender yo? Lo único que entendía era que este hombre noble me había permitido destruir su paraíso por completo sin reprobarme, sin criticarme y sin desenvainar una pequeña espada contra mí. Él creía que yo lo necesitaba. Por lo tanto, en vez de ocultar su talento, su conocimiento y su apoyo, me los ofreció, después de que yo le había quitado todo lo que él tenía. Yo estaba impresionado.

Corrió hacia su carro y, con sus brazos flacos, sacó una jarra de vino. Me la trajo y me dijo: «Toma. Prueba esto». Y yo lo hice; lo bebí.

«¡Ah! ¿Dónde conseguiste un vino tan exquisito?»

«Bueno, mi querido Ram... ¿Ves ese campo ahí que se está quemando?»

«Ah...»

«Me atrevo a decir que lo que me queda se consideraría un tesoro.»

«Sí, es realmente un tesoro.»

«Un regalo para ti.» Así que bebí su vino. Y cuanto más vino tomaba, más simpático me caía este viejecito. Es más: ¡empecé a lamentar la acción apresurada que me llevó a quemar sus viñas!

Me dio unas palmadas en la espalda y dijo: «Es tuyo. Bien, ¿cuándo partimos»?

«Ahora mismo.»

Dijo: «Estoy contigo. Me necesitas».

«Sí, te necesito.»

Así que nos fuimos para siempre del valle de Onai y de ese bello lugar en el campo con sus casas magníficas que reflejaban los colores cambiantes del cielo. No vi mucho a mi viejo maestro, sin embargo, cuando lo hice, nunca lo vi mirar hacia atrás.

Cuando partimos, mucha de su gente miró hacia atrás para ver lo que estaba abandonando. A mí eso no me importaba. Sin embargo, tengo que decir que a medida que fui envejeciendo, pensé a menudo en las viñas de mi maestro.

Y si quizás alguna vez cometí algún error en mi vida, fue cuando tomé la decisión precipitada de destruir parte de una cultura que a mí me parecía absolutamente deliciosa.

Por lo tanto, mi viejo maestro me dio mi primera enseñanza sobre el amor. Y aunque esto me maravilló, también me perturbó. Porque aunque yo le había hecho eso a su patria y esperaba que él encontrara el momento propicio para devolverme el golpe, siempre quedé defraudado, porque nunca lo hizo. En vez de resentirse conmigo y odiarme intensamente, me daba y me instruía, a mí, un joven arrogante, pero poderoso.

¿Y sabes cómo me enseñaba? Venía a mi casa justo antes de que yo comiera y me traía un poco de su vino. Me hacía sentar y me contaba historias mientras bebíamos su vino. El estaba abriendo mi mente a las posibilidades. Y para cuando llegaba mi comida, yo ya tenía tanto color en las mejillas que resplandecía. Él me estaba dando una oportunidad para aprender. Y me enseñó bien. Él era un maestro en cuanto a la enseñanza.

Fue así que empecé a esperar con placer su compañía. Al principio, esto se debía a lo que me traía.

Pero después de un tiempo, llegué a un punto en donde lo que más quería era aprender acerca de su carácter tranquilo y de su mente extraordinaria, que podía descifrar y comprender el curso de la naturaleza, y podía iluminarme mucho más sobre mi gente más allá del manto de nubes que cubría la Tierra en esos últimos días. Me contó historias de cosas que yo no sabía y desafió mi mente y mi temperamento. Y me amaba mucho. Me enseñó todo lo que él sabía.

Nunca me regañó. Quizás tenía miedo de hacerlo, pero indudablemente tuvo la oportunidad. En vez de eso, lo que hizo fue reconocer en mí a una gran entidad que había sido abandonada y que, en ese abandono, había reunido su poder y había marchado contra la tiranía. Él sabía que era el fin de una era y que yo iba a ser la causa de ese fin. Y él reconoció sabiamente que siendo mi tutor me instruiría en temas que ayudarían a ocasionar el cambio.

Eso no quiere decir que no me maldijera. Estoy seguro de que a menudo se iba de mi tienda arrancándose los últimos pelos grises de su barba. Pero si lo hizo, nunca me lo demostró. El sabía que no podía cambiar mi mente; él sabía que sólo podía expandirla.

Bueno, mi maestro me amó con una paciencia extraordinaria, que parecía proceder de un lugar muy lejano, y que yo no poseía.

Y eso no quiere decir que siempre me gustara lo que aprendía, ya que estaba predispuesto en contra de casi todo lo que estaba aprendiendo. Pero poco a poco, a través de su temperamento, su vino maravilloso y sus ojos brillantes, me sedujo y me indujo a aceptar el conocimiento y a desarrollarme. Fue una fuerza en mi vida que no sacó provecho de mí, sino que me lo dio. Era un hombre semejante a Dios.

Y me acuerdo del último día que pasé con mi viejo maestro. Sacó una piel muy primitiva: un mapa. Ahora, esto ocurrió al fin de una era cuando la tecnología era incluso más extraordinaria que la de hoy en día. Entonces, en vez de un texto refinado, era una piel vieja, y sobre ella puso vino, aceitunas y queso. El había confeccionado esta piel cuando era un muchacho joven y contenía la historia de sus viajes y de los lugares adonde había ido.

Le pregunté: «¿Por qué te tomaste la molestia de poner esto en la piel de una cabra»?

Me respondió: «Porque no era valiosa. Era la única de mis posesiones que nadie querría nunca, pero contiene la historia de mi vida». Y entonces observamos atentamente el mapa, el trayecto de su vida: el lugar donde había nacido, lo que había aprendido, sus viajes, y con lo que se había tropezado. Y, por supuesto, estaba hecho de una manera maravillosa, en el verdadero verso que sólo él podía haber escrito.

Así que al final nos tomamos la última botella de vino y enrollamos la piel. Me la entregó con las manos y los labios temblando y me dijo: «Mi queridísimo Ram, maestro glorioso, compañero y líder, te he dado mi vida. Ahora sigue con tu vida y vívela como a mí me hubiera gustado que se soñara». Y mi viejo maestro se fue de mi tienda. Más tarde me avisaron que había muerto tranquilamente mientras dormía.

Bueno, ¿cómo explicas esto? La mayoría de los hombres en el mundo son arrogantes y egocéntricos y sólo se preocupan por sus propias perversidades, por sus propias necesidades. Amontonan cosas, personas, y actitudes. Pero aquí había un hombre entre hombres que, aunque tenía todas las riquezas del mundo, era simple y conservaba el verdadero tesoro de su elocuencia. Y ése fue su amor. Y, en verdad, dejó grabada en mí la importancia de esa cualidad.


Ramtha


Del libro: El misterio del Amor